martes, 28 de septiembre de 2010

TEXTOS LITERARIOS VARIOS DE RAYMUNDO COLIN AXOLOTL

OBSESIÓN

Mira fijamente que los puntos azules de los reguladores de la estufa estén bien alineados. Aunque lo están, para cerciorarse de que no se trata de una alucinación, presiona el botón de la chispa eléctrica que enciende los quemadores: la chispa salta sin encontrar gas con que prenderse. Se retira unos pasos para verificar nuevamente que los puntos azules estén bien formados. Vuelve a pisar con su dedo el botón de la chispa eléctrica…a observar que los puntos azules de los reguladores estén bien colocados… a oprimir el botón de la chispa eléctrica… a otear que los puntos azules estén bien ordenados… a sumir el botón que prende la flama… Deja la cocina, pero cuando está a punto de cruzar la sala… duda de que los puntos azules de los reguladores de la estufa estén bien centrados…


ESTOCADA TRAPERA

Entraste de la noche y había lágrimas en tus mejillas. Aventaste tu bolso dejándote caer abatida en el piso. La luna se asomó en el espejo, pero estando como estabas, la ignoraste. Esta vez la estocada había sido artera: la sangre de tu alma se vaciaba entre tus piernas.


FRENTE AL OJO DEL TELEVISOR

Entra sudorosa, cansada, malhumorada. Le da un beso frío en la mejilla. Él le rodea con sus brazos la cintura, y haciéndola hacia su cuerpo, la besa, la palpa para excitarla. Ella se deja, se laxa, se anima: la dura faena no la ha hecho olvidar su feminidad. Se entrega. Nada más romántico que hacer el sexo frente al ojo del televisor.

ENTRE EL OMBLIGO Y LA CINTURA

Eres verdad en un cuerpo que pretende eternizar la juventud, pero que no logra esconder los relieves que se asoman incrédulos, bajo la holgada blusa, entre el ombligo y la cintura: dona de chocolate.

SIN EMBARGO, LO ESPERABA

Lo oye cruzar la noche sonando su cascabel infame. En unos minutos más su nauseabundo aliento se impregnará en su cuerpo. ¿Qué se espera de un hombre acostumbrado a la violencia? ¿Vendrá de matar? Las heridas del día anterior aún le arden. ¿Será masoquista?
Sus pasos cada vez están más cerca. Los niños duermen. ¿Cuántas veces ha querido huir de ese infierno? Derrama la sopa sobre la mesa. ¿Dónde está la maldita jerga? Asga un trapo cualquiera para limpiar y no se percate de su torpeza. Sus gritos despertarán a los vecinos y sus hijos se ampararán bajo las sábanas, impotentes de no poder defenderse de la barbarie.
La puerta se abre. Su corazón se acelera. La noche es un pozo con pirañas que devoran el silencio. El aire se vuelve denso y la sangre se agolpa en su cerebro. La flama en la estufa danza dentro de sus ojos. Su cabello yace entre sus manos. Aprieta el dolor con dientes para no gritarlo. La sangre resbala en sus labios. Una pausa, y luego la bestia la llama al sexo: la profana, es un perro fornicando su dignidad. Rasguña su entraña con su muerte. Se siento sucia, mierda… sin embargo lo esperaba.

RECADO PÓSTUMO

Me tengo que marchar de ti, para no envejecer de amor.

-¡Es la báscula!
Gritó el Kilo, cuando su peso no alcanzó los mil.


El niño es una esponja que absorbe toda el agua de la vida: la clara y la sucia.

EL REPIQUETEO DEL AMOR

Era un cuartucho de tres por tres, con una ventana que daba a las estrellas, y donde, a veces, la luna se reflejaba en sus cristales, como una lancha navegando de norte a sur. Había una puerta que rechinaba cada vez que se abría, una parrilla eléctrica, un estante de acero con unos cuantos libros y un colchón en el piso.
Eva salía a trabajar temprano y volvía pasada la media noche. Su regreso estaba presidido del repiqueteo de sus tacones en el asfalto y de ladridos que despertaban el vecindario. Adán la escuchaba llegar pegando su oído al piso, para apreciar mejor la vibración de sus zapatos. Al abrir ella la puerta, aparecía envuelta en un aura de luz que lo maravillaba.
--¡Hola, soñador! Le decía, mientras arrumbaba su morral en el suelo, y desvistiéndose, se metía bajo las sábanas para que él la poseyera.


EL ARDID DE ZEUS

El barco proveniente de Grecia encalló en el puerto de Veracruz, con su cargamento de rareza y piezas mitológicas, que serían exhibidas en el Museo Nacional de Antropología e Historia. Los museólogos que esperaban ansiosos su arribo y los tesoros, abordaron la nave para revisarlos antes que los descargaran, para verificar que se encontraran en buenas condiciones, que el largo viaje no los hubieran estropeado.
En cuanto Hera, curadora a cargo del proyecto, desempacó la primera reliquia, se maravilló a tal grado, que en vez de ordenar a sus colaboradores hacer lo mismo, abrió cada una de las numerosas cajas, hasta llegar a una que permanecía en lo más apartado de la bodega. Se apresuró a destaparla, y para su sorpresa encontró dentro de ella una fragante y verde lechuga, de la cual se enamoró al instante.
Sujetó la lechuga, y sin importarle la presencia de sus colaboradores, excitada, la pasó por sus senos, sus nalgas y su vulva en un sin igual frenesí erótico, que dejó pasmados a todos.
Después de varios orgasmos e incontrolables gritos de placer, sus ayudantes, al percatarse de sus poderes afrodisíacos, y para que Hera no pereciera de concupiscencia, le arrebataron la lechuga. Hecho esto, Hera cayó rendida al suelo, y aún así seguía quejándose dulcemente. El efecto del estimulante le tardó varias horas, durante las cuales sus auxiliares desembarcaron la preciada carga.
Cuando Hera preguntó por la lechuga, ésta misteriosamente había desaparecido de su caja. Quedó muy triste y ordenó que la encontraran como diera lugar.
Pasado el tiempo, Hera despertó una noche con unas ganas incontenibles de vomitar. Cuando lo hizo, sobre donde había expelido se encontraba un hermoso efebo de ojos negros y bucles rojizos. Lo tomó amorosamente con sus manos; el sol ya retozaba en la ventana, y un colibrí revoloteaba. Hera comprendió entonces: era Zeus que había llegado para conocer a su retoño.


ERISICTON EN NEZA

Erisicton, hijo de Tropías, después de vagar miles de años por el mundo, buscando el alimento que lo saciara, al pasar por Neza, se admiró de la muchedumbre que rodeaba el fuego sobre el cual yacía una enorme plancha, en la que se freían todo tipo de asados. ¿Acaso había hallado por fin lo que con tanto empeño buscara? Entonces dándose forma de hombre, se acercó a aquel fogón, atendido por una mujer y un hombre que surtían a diestra y siniestra tacos a sus comensales.
-¿De qué los va a querer Don? Preguntó el hombre a Erisicton. Este adoptando su lengua, exclamó:
-¡Nereo, dame todo lo que tienes en la bandeja!
Todos los tragantones se le quedaron viendo extrañados. El taquero, acostumbrado a los estómagos más extravagantes y portentosos, preguntó a Erisicton si no lo estaba bromeando. Este lo negó con la cabeza. Una vez que el guisandero le surtió lo ordenado, todos los zampones, asombrados, vieron como el hijo de Tropías devoraba los tacos; y si bien no logró aplacar el hambre que desde hace una eternidad traía, por lo menos conoció al día siguiente, lo que era el dolor de úlcera y la inflamación intestinal.
-Curiosa gaviota que va ahí –dijo una muchacha a su acompañante-, parece que trae una matraca en la cola…
Era Erisicton que se alejaba de Neza, para continuar con el castigo que Démeter le había infringido por haber invadido su viñedo sagrado e intentar matarla con su hacha.


EL TALÓN DE CRONOS

Cronos bajó al mundo muy de mañana. Anduvo pajareando un rato, observando la silueta de “El Pico del Águila” en la Sierra del Ajusco, las fumarolas anaranjadas del Popocatépetl, y un sinfín de cosas con sus aguzados cuatro ojos.
Asombrado de lo que el presente le mostraba, se distrajo y de entre el lánguido atardecer, la voz de una mortal exclamó: “¡Señor, me da su hora por favor!”. Cronos le contestó al bote pronto: “Si te la doy, ¿con qué me quedó yo?”. La mortal suplicó, y al fin Dios, Cronos, fiel a sus súbditos, le dio lo que pedía. Inmediatamente que lo hizo, sintió una pesadez helada en todo el cuerpo. Pronto quedó petrificado y, como si hubiese transcurrido una eternidad, su figura, como las pastas de un libro antiguo, se deshizo entre los dedos de Eolo. Fue así como empezó la era de los inmortales, que sin un principio ni un final que los atara, fundaron la raza de los cronopios, que de vez en cuando bajan a la Tierra a poblar las leyendas y las fábulas de los hombres y los héroes, o se dejan ver como seres portentosos a los que se le nombra semidioses.


RUENIÓN DE AMIGOS

Grillo sorbía tragos de cerveza apoyando las nalgas en el refrigerador. De la reproductora, fluía la voz aguardentosa de José Alfredo Jiménez. Pillo ordenó otra ronda de Lagher. Grillo se apresuró a darla.
-¡Para eso me he fregado tanto años! ¡Para eso me dejé cagar por los patrones y le sobé sabroso al torno! Ahora tengo mi casota y una pensión que me da de tragar sin preocupaciones. Pero tú, pinche músico para qué pendejos sirves. Tú eres nada. Y eso que mientas de tumbar el gobierno, nunca ha sucedido ni sucederá.
Sentenció Don Antonio, que con seis caguamas en la sangre, provocaba al Guitarrero, con el cual ya traía una riña casada. Ya que éste no perdía la oportunidad para reprocharle lo agachados y cobardes que eran los obreros, que con tal de tener un salario seguro se olvidan de su compromiso histórico y de clase para enfrentar las atrocidades del régimen.
-A la mayoría los tienen charreados…, y su futuro será semejante al del burro aquel de la granja de Orwel, que inocentemente creía que siendo un súper-obrero, el Estado recompensaría su sacrificio otorgándole el paraíso. Pero el puerco Stalín, en vez de ello, ya enfermo el burro, lo vendió al capital para que su cuero produjera plusvalía hasta en su muerte.
La comparación que hacía el guitarrero de su persona con el destino de aquel burro, causaba mella en Don Antonio, no tanto porque lo considerara una agresión, sino porque expresaba la realidad de su existencia. Y es que Don Antonio tenía presente los años de vileza y abuso que tuvo que soportar en la fábrica. Pero sobre todo tragarse la insatisfacción que le corroía el alma, por no haber cumplido sus sueños, uno de ellos el de no haber tenido los suficientes tamaños para imponerse a la realidad, y abrazar lo que tanto le fascinaba: ser mago.
Aún guardaba en el baúl de sus recuerdos, la vieja chistera del prestidigitador Marconi, quien se la obsequió un día antes que éste se atragantara de pulque y muriera por una indigestión. Don Antonio, de vez en cuando sacaba la chistera, y para evitar que su mujer y sus hijos lo vieran, se encerraba en el baño largas horas, pretextando indisposición estomacal, para ejecutar las suertes que Marconi le enseñara: “Fíjate bien Antonio, y tal vez algún día llegues a ser un mago tan bueno como yo”. El truco de la liebre, era el que más le agradaba, pero como desde hacía tiempo que el conejo se había esfumado, Don Antonio, sólo imaginaba que este se movía nervioso, colgado de la orejas en su mano.
-¡Mire, pinche viejito, el mierda es usted, y deje ya de joderme porque me cae que le parto el hocico! Exclamó el Guitarrero. Don Antonio, tambaleante, se incorporó de su silla y lo retó a liarse a golpes. Grillo, quien nunca permitía desaguisados en su tienda, los conminó a tranquilizarse, o a largarse a beber a otro sitio. El vejete, conociendo a Grillo, sin dejar de vituperar al Guitarrero, regresó a su asiento.
De pronto se escuchó la voz de Pillo:
-¡Apaga la “gabacha” para que aquí el compita cante una de las suyas! Grillo obedeció.
-¡Anda, paisano, échate una de ésas que tú sabes! Animó Pillo al Guitarrero, quien ni tardo ni perezoso comenzó a rasgar una guarachita:

“La reuma me está matando,
y treinta años de trabajar,
que ya no puedo correr
para abordar el camión.

Y cuando llego tarde
para marcar el tarjetón,
me mandan pa la oficina
y esto me dice el patrón.

“¡Vale más una máquina
que un ser humano!”,
me dice el patrón,
¡Tú te acabas y la máquina
sigue andando!”,
me dice el patrón,
“Y acabado tú estás,
ya no me sirves pa’ na”…

Al concluir la canción, Don Antonio, con gruesas lágrimas desbarrancándose de sus ojos, dirigiéndose al Guitarrero, se sinceró:
-¿Sabes qué, compa? Lo que sea de cada quien, eso que acabas de cantar, es cierto. ¿Sabes por qué a mí me corrieron de la chamba? Pos por eso, por puro pinche viejo. Y de una vez, ya sincerado como estoy ahorita, te diré que no estoy satisfecho con mi vida y con lo que hicieron conmigo, de que me haigan usado como si no fuera ser humano. Que me haigan humillado tanto…
El Guitarrero, conmovido por las palabras de Don Antonio, le concedió una sonrisa, y para desentristecerlo, comenzó a tañer el bolero que tanto le gustaba: “Cuando calienta el sol, aquí en la playa…”. Don Antonio y el Pillo lo secundaron, mientras Grillo servía otra ronda de cerveza.

RATA

Las ratas, además de astutas son desmemoriadas. Basta tener paciencia para que caigan en la ratonera. Aquella rata azul de ojos chispeantes se deslizaba todas las noches sobre el muro, tirándose al piso detrás del sillón. Ahí puso la ratonera, y esta, la noche posterior, cambió de lugar para saltar. El dilema le sorprendió, tardó todo el día cavilando en como asesinarla: si movía la trampa, seguramente el roedor haría lo mismo que la noche anterior, entonces de tanto pensarlo decidió dejarla en donde estaba, y pacientemente esperó se olvidara de ella, y su instinto le hiciera volver al lugar donde iniciara sus saltos. Dicho y hecho, la rata apareció muerta a los pocos días. Así fue como se percató de su destreza para aniquilarlas, destreza que ha perfeccionado durante años.
La primera rata que se despachó, fue a los diez años de edad. Sus mordiscos en la mesa le espantaban el sueño, temerosa de que ésta, luego de tragarse lo que roía, brincara a su cama y lo mordiera, como una de sus parientes lo hiciera con el dedo de su primo Marcos, al que tuvieron que vacunar para que no le diera rabia.
Estuvo espiándola varias semanas para aprender sus movimientos y descubrir su madriguera. No supo como ella se percató que la husmeaba, y en varias ocasiones cambió su rutina, no de morada. Su táctica para deshacerse del roedor fue sencilla: con sigilo se acercó a su guarida, y al momento en que entraba a ella, con un rápido movimiento de mano, la sujetó por la cola y la azotó una y otra vez en el piso hasta que le machacó el cráneo. Ufano por su hazaña entró con ella a la cocina, pensando que su madre lo felicitaría, pero ella, aterrorizada le gritó que se largara con su animalejo.
Antes de arrojarla a la basura, le miró el rostro detenidamente, sus facciones le recordaron las de alguien a quien había visto innumerables veces. Se mofó de ella y luego la lanzó a los desperdicios.
Su record de matarratas era extraordinario, nadie en su familia ni en la colonia le superaba. Hubo quienes empezaron a decir que él pensaba como rata, o que posiblemente durante su vida anterior había sido una. Los comentarios le intrigaron, y comenzó a especular en que a lo mejor tenían verdad. Tuvo una pesadilla, en la que se veía convertido en rata, mientras una turba de matarratas lo perseguía para molerlo a palos. Brincaba de un lado a otro para esquivar los golpes. Se sorprendió de la elasticidad de sus movimientos, de su capacidad para moldear su cuerpo para deslizarse debajo de una rendija estrecha: aplanaba o alargaba su pelambre según se lo pidiera la ocasión. Sus perseguidores no cesaban en su empeño, y cuando ya estaban a punto de apalearlo, con un movimiento inesperado desapareció en el aire: el espacio donde lo había hecho era estrecho. Sus cazadores, seguros de que no había podido escapar por ninguna parte, buscaron y buscaron. Él en un estado de letargo absoluto, veía sus manos pasar muy cerca de sí. Sus acechadores hurgaron el lugar hasta el cansancio, y fastidiados se marcharon. Estuvo varias horas ahí, hasta que confiado en que sus enemigos ya habían claudicado en sus intenciones de matarlo, dejó sus escondite. Husmeó la zona, y como no percibió peligro alguno, se encaminó hacia su guarida; uno metros antes de llegar a ella, advirtió un movimiento. Instintivamente corrió para alcanzar su madriguera, y ¡zaz! Un golpe venido de arriba, asestó su cabeza, y luego otro y otro y otro, hasta que cayó en una oscuridad horrenda en la cual se perdió.
Cuando salió de su recámara, su familia lo observaba aterrorizada, y se hacía a un lado o brincaban sobre una silla. Uno de sus hermanos tomó una escoba y comenzó a corretearlo tratando de pegarle. Para salvarse, de varias zancadas alcanzó llegar a un montículo de piedras, en donde se guareció. Su hermano ya no pudo hacerle daño. Pasado el susto, un sopor insoportable se apoderó de él. Al despertar, un hambre inaudita lo obligó a salir de su refugio. Se coló con sigilo hacia la cocina, hallando en la mesa un pedazo de pan que devoró con ansias. Al poco, un dolor inaguantable se le incrustó en el estómago y un vértigo se apoderó de él; como pudo llegó a su chiribitil, donde una gruesa de ratas lo esperaba. Apenas entró, saltaron sobre él mordiéndole sin misericordia. Al principio las dentadas fueron dolorosas, pero luego su cuerpo se anestesió, sólo había una somnolencia irresistible que lo perdió en la nada.

MI HOMENAJE

Me enteré que la moda cultural del gobierno eran los homenajes. Uno tras otro, hasta llenar todas las carteleras de las secciones y suplementos culturales. Estaban todos, o casi todos las y los considerados “personajes” y “personalidades” del arte, las letras, la ciencia, la música, etcétera. Gente mucho muy conocida, medio conocida y no tan conocida; personajes de los cuales yo nunca había tenido conocimiento, pero ahí estaban en ese mamotreto de homenajes, que a pie o en silla de ruedas, con la manguerita de oxígeno o diálisis, acudían a recibir su homenaje. Algunos ya muertos, sólo se contentaban en saber que sus fotos estaban por todas partes, o que sus nombres eran repetidos una y otra vez en los medios de información. De que sus deudos, chacales consumados y sin una pizca de sensibilidad intelectual y artística, cogían el cheque de manos del Presidente de la República, dejando en claro que ellos preservarían el legado de su antecesor, pidiendo al gobierno y a las altas autoridades de cultura, ayuda para que su labor altruista fuera menos pesada.
Estos homenajes llamaron mi atención, por el simple hecho de que nunca en la historia del país se habían hecho tantos en tan poco tiempo. Por pura curiosidad busqué entre las listas de homenajes, si acaso se me contemplaba. Hurgué, minuciosamente, sin encontrarme. Entonces me asaltó un ataque de envidia, de enojo, de, ¡pinches ojetes!, ¿y a mí por qué no me hacen un homenaje? Y volví a revisar la cartelera para constatar mi exclusión, y, embarazado de rencor, aventé el periódico. Sin más, me dirigí a la Dirección de Homenajes. Indignado, pedí a la secretaria hablar con el encargado de los homenajes. La secretaria me preguntó para qué asunto. Con la ira contenida, le grité que si no se había dado cuenta de quién era. La secretaria meneó la cabeza. “¡Soy Esteban Lagarde, el compositor de miles de canciones inéditas, las que algún día daré a conocer!, ¡anúncieme con su jefe!”
La secretaria, tecleó en el conmutador: “¡Señor, aquí se encuentra el señor Esteban Lagarde. Pide entrevistarse con usted! ¡Sí señor, está bien!”. La secretaria volvió el auricular a su base, y dirigiéndose a mí, me informó: “¡El señor director está un poco ocupado, planificando los próximos homenajes, pero me dijo que si gusta esperar, con mucho gusto lo atenderá!”.
Un vez que me dio el mensaje de su superior, la secretaria me ofreció esperar en la salita a media luz a unos metros de su escritorio. Tomé su ofrecimiento. Al poco rato, una de las ayudantes preguntó si quería beber algo. “¡Té, por favor!”. Transcurrieron horas. Ya iba a reclamar a la secretaria la tardanza, cuando la puerta de la oficina del director se abrió: “¡Señor Lagarde, disculpe la espera, pero con todos estos homenajes, tiempo es lo que quiero!, ¡pero pase, pase, para que me platique su asunto!”.
El director de homenajes me invitó a sentarme en su sala personal, de mínimo 50 mil pesos, hecha de cuero curtido blanco. El se acomodó enfrente. Antes de iniciar la conversación, la secretaria entró a preguntar si se nos ofrecía algo. “¿Quiere usted algo señor, Lagarde?”, “¡agua, por favor!”. El director, con voz engolada y campechana ordenó a la secretaría: “¡A mí, por favor, sírveme un wiski en las rocas!”.
El director poniéndose en posición interesada, exclamó: “Soy todo oídos, señor Lagarde”. Conforme le explicaba yo el por qué de mi visita, el director perdía compostura hasta que su rostro adquirió un tono sombrío: “Mire señor Lagarde, yo no dudo que sea un artista importante, pero… es la primera vez que oigo de usted, y… pues… como usted comprenderá, los homenajeados, todos son personajes y personalidades con trayectoria, tanto en su comunidad, como a nivel nacional e internacional… que tienen una basta obra conocida y difundida…
Interrumpí el soliloquió del director, para interpelarle, de que no por el hecho de que mi obra fuera inédita, no tenía la perseverancia y la trascendencia para pedir lo que le estaba pidiendo.
“Bien señor Lagarde, pero entiéndame usted a mí; hay ciertos requisitos que todos los homenajeados deben cumplir… pues aquí en mi oficina nada es improvisado, ni caprichoso… todo tiene una mecánica bien concebida y estructurada..”.
Pero no me amedrenté ante sus argumentos, e insistí en mi derecho de ser homenajeado. El director, impaciente, en cuanto entró su secretaria con el agua y el güisqui, dió trajera el formato donde se especificaban los requisitos para ser homenajeado.
“¡Tome su aguita, señor Lagarde!”, dijo el director mientras sorbía de la copa y se trasladaba a su escritorio. Buscó en los cajones algo que no halló. Volviendo donde me hallaba, exclamó: “¡Quería mostrarle algo… pero en fin… una vez que lea el formato… cumpla los requisitos, y con mucho gusto le hacemos su homenaje, que para eso estamos!”.
La secretaria entró con los documentos y me los entregó. El funcionario, solícito, se disculpó y me echó de su oficina. “¡Acompáñeme!”, me exigió la secretaría. Dejé la oficina y dando las gracias a la mujer por sus atenciones me retiré. Ya en casa, revisé los documentos que me habían sido entregados:

El Gobierno de la república, está realizando homenajes a los personajes más trascendentes del arte y la cultura, con el propósito de reconocerlos y para que se conozca su obra y trayectoria. Esto basado en los siguientes requisitos:

1. Estar muerto y haber dejado una basta obra conocida y difundida.
2. Tener más de noventa años de trayectoria constante y producción y labor ininterrumpida.
3. Los artistas populares a homenajear, tendrán que dar fe de que su trabajo es netamente artesanal o de preservación; que les fue heredado, comprobándolo por auténticos antepasados prehispánicos o prehistóricos.

¡Cataplum! Mejor hubiese bebido güisqui en vez de agua.


UN HOMBRE BORRACHO


Del agravio al reclamo, del reproche a la violencia, de la hosquedad a la sumisión…
-¡Súbete, o deja pasar!
-¡Estás pendejo! ¡Cabrón! ¡Nada más llegues a las Bombas y te voy a partir la madre! ¡Te voy a traer a mi amigo para que te rompa el hocico: el está muy grandote! ¡Ay sí, bájate! Estás menso, si ya pagué mi pasaje!
Cosa de la crisis, de la frustración que revienta en palabrotas, de los años de silencio que el alcohol escupe por medio de la lengua de un hombre cualquiera; que bajo la pesada loza del sistema, alza la voz de todos, a través de su locución. Qué importante es que un hombre se atreva a decir lo que siente.
-Si se pone loco lo bajas en la esquina.
-¡Uy, sí, lo bajas en la esquina! ¿Cómo no? ¡Ahorita te pego un balazo, te mato cabrón!
-¡Te callas o te bajo!
-¡Si jefe, no se enoje! ¡Yo ya pagué mi pasaje! ¡Perdóneme jefe; jefe perdóneme! ¿Quiere un pegue? Si no, yo me lo tomo por usted; mire nomás que rico está el tequila, glu, glu, glu: ¡qué rico! ¡Jefe perdóneme! ¿Qué día es hoy? ¿Viernes? ¡Uy mañana hay que trabajar; yo siempre me levanto a las cinco! ¡Perdónenme! ¿Les canto una canción? Una de Pedro Infante. ¡Jefe! ¿Ya pasamos las Bombas?
-Si ya las pasamos. Tiene que bajarse aquí y volver unas calles.
-¡Me bajo aquí! ¡Me bajo aquí y bien… sin problemas!
Ese hombre es todos nosotros.

LA NIÑA Y SU HIPOTENUSA

La sonrisa murciélago de Armando Duvalier*, apareció de pronto en mi habitación. Cargando en sus hombros a la niña y su hipotenusa (niña harina, niña de vainilla, niña de clorofila, niña brisa, niña de anilina; niña de trementina). Plantándose bajo la bombilla, comenzó a meroliquear:

-¡Damas y caballeros! Les presento al joven dinosaurio el 26 de agosto. ¡Saluda! Así… ahora brinca… enséñales la pata de pescado. Ponte el frack de merolico y la cresta de roja cacatúa. Camina en zancos. Cloc… cloc…cloc… ¡Eres tan ave, tan eléctrico, tan lancha! Un… dos… un… dos… Mira, aquí hay un niño floreciendo, famélico, quemado. No lo despiertes que se le hizo tarde.

Después de su soliloquio, me sorprendió con su canto de marimba, con sus kakekotobas, sus makurakotobas, sus tankas y con sus hai kais, y dejando a la niña y su hipotenusa sobre el sofá, lloró amargamente.
-Sí, se lo voy a contar porque estoy un poco triste:

Hermosa era mi novia
quemando su petróleo de taberna;
yo adoraba sus ostiones sin ombligo,
sus gatos y sus muelas,
sus fósforos de vidrio
y me alegra que se sepa: hasta sus piojos.
Sí, mi novia fue una bicicleta náutica
(sollozó desanimado):
¿Ve ésta carta con nenúfares callados
a la orilla anocheciendo de mis válvulas?
Todavía tienen agua las esponjas
y se abren las compuertas,
pero no me pregunte cuando fui zapato
porque no voy a sollozar por cualquier motocicleta.

Dicho esto, se alegró y comenzó a cantar:
“¡Naranja dulce, limón partido dame un abrazo que yo te pido!”…
La niña y su hipotenusa, se incorporó del sofá y sujetando mi mano me convido bailar. En la ventana, fisgoneaba la Luna, deseosa de entrar para disfrutar también de la fiesta. Como estábamos demasiado contentos, ante nuestra desatención, la Luna, enojada, se elevó como un globo por el aire y dándonos la espalda dejó de alumbrar. Eso a nosotros nos importó un comino, y seguimos divirtiéndonos hasta que nos cansamos de tanto brincar. De repente la voz de una maribámba, marimbámbala, marimbambá resonó en mis oídos. Y él volvió a despepitar:

Hermano grillo, dame tu rueda enamorada
para dársela a los niños.
Hermano erizo, dame tu cajita
de música ambidextra
para dársela a los niños.
Hermano mirlo, dame tu estufa cornamenta
para dársela a los niños.
Hermano cocodrilo, dame tu sonaja cebollera
para dársela a los niños.
Hermano chivo, dame tu pistola con aire motorista
para dársela a los niños.

Entonces dejó de cantar. La niña y su hipotenusa, liberó mi mano y dando un salto se acomodó de nuevo en los hombros de aquel poeta. Y antes de sumergirse en la noche, recitó su despedida:

Ya no escuchéis mis cantinelas tristes
ni los cuentos que he aprendido en las tabernas;
poned jacintos a las válvulas del vértice
y carbón al mastuerzo de la flauta;
¡volad a la patria de la nube,
del pájaro y la nieve,
la estrella y la esperanza!

Al amanecer miré a un colibrí tejiendo con hilos de aire su nidito. Entonces me trepé a mi caracol y me fui a perseguir lampos de sol en el jardín.

*Poeta chiapaneco contemporáneo de Rosario Castellanos.

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