lunes, 27 de septiembre de 2010

EN LA CARA NO

La aprobación por el Congreso del Estado de México de la modificación a las reglas electorales en
esa entidad, a fin de evitar la presentación de candidaturas comunes, la llamada “ley Peña Nieto”,
difícilmente podría ser calificada como un atentado contra la democracia, como algunos analistas han
afirmado. Más bien parecería ser una jugada de estrategia política que buscaría aprovechar las
contradicciones de los adversarios de Peña Nieto en el Estado de México, pero que también refleja de
una manera prístina las vulnerabilidades del mexiquense. Para nadie es un secreto que la posibilidad
de que el PAN y el PRD se alíen en una candidatura común para contender por el Estado de México,
es algo que tiene sin dormir al actual gobernador de esa entidad, sobre todo después de que esa
fórmula mostró ser exitosa para sacar al PRI de los gobiernos de Puebla, Oaxaca y Sinaloa. De
hecho, Peña Nieto y el PRI han mandado señales reiteradas en ese sentido, desde el pacto que firmó
el tricolor con el PAN a cambio de aprobar el presupuesto de 2009, el cual contó ni más ni menos
que con la firma del secretario de Gobernación como testigo de honor, hasta el discurso que con
motivo de su quinto Informe de Gobierno emitió el propio Peña Nieto, en el cual criticó “las alianzas
entre proyectos antagónicos”, en obvia referencia a las alianzas PAN-PRD. Los críticos de Peña Nieto
han dicho insistentemente en que ésta es una señal de “miedo” de parte del gobernador mexiquense
ante una posible coalición panista-perredista, la cual, de triunfar en el Estado de México, ciertamente
le restaría posibilidades de ser el abanderado priísta a la Presidencia de la República. En todo caso, la
ley aprobada sí muestra el flanco débil del tricolor, lo cual en política es un gravísimo error. Mostrar
las debilidades propias es una invitación al contrario para que ataque por ese lado. La aprobación de
la “ley Peña Nieto” es una reiteración de la frase “en la cara no”, que dice quien se enfrenta con un
grupo antagónico en un callejón. Evidentemente, los atacantes van a golpearle con particular saña
en la cara, precisamente.
Además, la llamada “ley Peña Nieto” no sólo va dirigida a los contrincantes, sino también al
electorado: manda un mensaje de debilidad. La imagen del gobernador exitoso y arrollador en las
encuestas que tiene prácticamente amarrada la Presidencia de la República, de repente se cae
porque el coloso de Toluca —ése es el verdadero coloso, no el del Zócalo— no es tan poderoso
porque teme que le peguen en la cara. O sea, no resultó tan pistola como parecía y está temeroso de
que le vayan a echar montón. Si estuviera tan “cincho” como sugiere el despliegue publicitario que lo
acompaña, evidentemente no le importaría que dos partidos de oposición tengan un candidato
común en el Estado de México, donde según su propia propaganda ha cumplido cientos de
compromisos y es adorado por el pueblo. En el imaginario colectivo, el mensaje de la “ley Peña
Nieto” es demoledor: muestra a un gallo que no lo es tanto.
Evidentemente, la lógica de la prohibición de las candidaturas comunes para dejar abierta sólo la
posibilidad de una coalición, busca complicar lo más posible una unión PAN-PRD, apostándole a los
grupos duros que hay en ambos partidos que anteponen sus preferencias ideológicas a sus
preferencias democráticas. En ambos partidos existen estos grupos, los cuales piensan que el
verdadero enemigo es la “derecha” o la “izquierda”, según sea el caso y no el sistema autoritario que
instauró el PRI y que podría regresar si ese partido vuelve a la Presidencia, a pesar de las reiteradas
afirmaciones de los priístas de que eso no va a ocurrir.
El reto que enfrentan el PAN y el PRD en el Estado de México es mayúsculo. Si no logran
coaligarse para hacer frente al candidato priísta, o si lo hacen pero de todos modos gana el PRI,
Peña Nieto habrá construido el primer peldaño de su ascenso a la Presidencia. Si, por el contrario, un
candidato de ambos partidos logra derrotar al PRI, las posibilidades de que el tricolor no gane en el
2012, se incrementan. El PRI ya dijo claramente por dónde le duele. Ahora, el PAN y el PRD deberán
decidir si actúan racionalmente para derrotar a un enemigo común o se dejan llevar por sus
caprichos ideológicos. JORGE CHABAT/El Universal

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