miércoles, 7 de septiembre de 2011

MI VISITA A SAN SALVADOR ATENCO


“Las masas son ciegas y sordas,
sólo tienen boca para gritar:
pasan sobre cualquiera.”

                          David Alfaro Sequeiros

De Indios Verdes a San Salvador Atenco se hace una hora, sobre una autopista que al avanzar sobre ella va cambiando de olores, primero a pollo apestoso, luego a petróleo quemado, y cuando ya mero se llega, a pasto recién cortado. A cada rato el camión da de reparos, haciendo a sus ocupantes saltar como si fueran sobre un potro desbocado.
            La tarde está nublada y en ratos se vuelve lluviosa. Gerardo va leyendo La Jornada y Flor atenta a que lleguemos a buen puerto. En cuanto nos vamos acercando a nuestro destino, voy reconociendo los lugares de batalla, los puentes y tramos de autopista donde atenquenses y granaderos se enfrentaron, los primeros lanzando piedras, cuetones y bombas molotov; los segundos esgrimiendo sus macanas, disparando bombas lacrimógenas y balas de verdad, que fueron las que asesinaron a Alexis Benhumea y a Javier Cortés Santiago, mientras Peña Nieta, Humberto Benitez Treviño y Carlos Abascal Carranza declaraban, que lo que sucedía en la Texcoco-Lechería era una acción de macheteros irracionales que no pondrían en peligro la estabilidad del país, y a los cuales se les aplicaría el Estado de Derecho para imponer la paz y el orden. Mientras el subcomandante Marcos imponía una endeble e inocente “alerta roja” del EZLN y sus bases ciudadanas.
            Sobre los puentes que cruza el autobús hay pintas de “libertad a nuestros presos políticos” y carteles convocando a la pasada marcha del 29 de junio, del Ángel de la Independencia a Suprema Corte de Justicia, donde por cierto, además de una multitud de pefecos custodiando Palacio Nacional, hubo un pueblo combativo exigiendo con canto y consignas la excarcelación de los 12 atenquenses presos en los penales de Almoloya y Molino de las Flores; ni uno más ni uno menos. En el templete estaba doña Trini y Ofelia Medina bien firmes y machete en mano; así como un grupo de hop hiperos y cantantes que fueron pasando entre discursos de miembros de la CNTE, SME, etcétera.
            Cuando arribamos al pueblo, el camión dio otro brinco más. Ya abajo del armatoste, caminamos por una avenida angosta. Apenas avanzamos unos cuantos metros, cuando Flor me dice: “Mira éste es el hotel de los que denunciaron a los compañeros”. Nos adelantamos. Gerardo viene atrás de nosotros. Vemos cruzar un chevy blanco desde el cual su conductor nos hace una seña. “¡Te hablan!”. Comenté a Gerardo. El chevy se detiene y al estar a un lado de éste, me percato de que quien viene al volante es el escritor ecatepense Margarito Mendoza, acompañado de la cantautora Amelia N. Amelia baja del auto y reclinando su asiento nos invita a subir. Flor dice que me suba yo, que ella continúa a pie: “Al fin que ya estamos a unas cuadras”. Los conmino a treparse. Nos acomodamos y el coche vira a la derecha hasta encontrar la plaza, que en ese tramo está cerrado su acceso, nos seguimos, damos vuelta a la izquierda, luego a la diestra hasta acomodarnos.
            En la tele todo se magnifica, y lo que en ella se percibía como una enorme plaza, resultó ser apenas una plazoleta, con una cancha de básquetbol, unas cuantas jardineras, un kiosco, un pequeño palacio municipal, y a su lado el enorme templete que han pisado una serie de grupos musicales, artísticos y personalidades políticas, sociales y defensoras de los derechos civiles y humanos de variadas latitudes del orbe.
            Ese templete que durante la lucha contra el decreto ex propiatorio del inefable Vicente Fox, el 22 de octubre de 2001, fue escenario de los más encendidos discursos atenquenses en defensa de la tierra; esas tarimas ennegrecidas, tan llenas de pisadas rebeldes, que desde 2006 y hasta ahora han servido para cargar la tristeza, la rabia y la alegría, como ahora que se festeja la liberación de Ignacio del Valle, Felipe Álvarez y Héctor Galindo, así como de otros 9 de sus compañeros: Óscar Hernández Pacheco, Inés Rodolfo Cuéllar Rivera, Julio César Espinosa Ramos, Juan Carlos Estrada Cruces, Édgar Eduardo Morales Reyes, Jorge Alberto Ordóñez Romero, Román Adán Ordóñez Romero, Narciso Arellano Hernández y Alejandro Pilón Zacate. Sólo falta alcanzar la libertad de América del Valle, sobre quien todavía pesa el delito de secuestro equiparado, y se encuentra, en el momento que se escribe esto, en la embajada venezolana en espera de que el gobierno de Hugo Chávez acepte su petición de asilo político.
            Apenas llegamos, nos acercamos al fogón, o sea donde dan de comer. Allí Flor se acerca a saludar a Heriberto N, también Gerardo, Amelia y Margarito Mendoza; siendo yo el último en estrechar su mano: “Es el cantautor Raymundo Colín”, profiere Geras. En lo que platican con Heriberto, viendo a una serie de personas conocidas por mí, me acerco a saludarlas. Es así como me encuentro un abuelo campesino que sujeta con sus dedos de gruesa tierra, un vaso de pulque. Ya se le mira un tanto ajumado. El atenquense me suelta: “Yo soy el mero, mero general de ésta revuelta, el que dispara los cañoncitos de Navarone; Ignacio del Valle viene siendo mi teniente”.
            El oriundo es medio sordo y para que entienda lo que uno dice, hay que pegar la voz a su oído. Unos minutos de plática después, el compa me pregunta si ya comí. Le respondo que no. Este, como todo un influyente, intenta levantarse de su asiento para pedir que se me atienda. Yo le digo que no se moleste. Entonces me excuso y voy a donde Flor y Gerardo siguen charlando con Heriberto. Como ya hace hambre en todos, decidimos acogernos a la hospitalidad. Arroz con carnitas es el menú. Yo sólo pido arroz, por eso de la inflamación del colón que hace una semana me aqueja. Ya con nuestros platos en las manos nos vamos a comer cerca del kiosco. Mientras yantamos, Margarito y Amelia me preguntan sobre lo que en materia musical y literaria actualmente estoy haciendo. Les cuento que trunque la producción de mi penúltimo disco. “¿Por qué?”, pregunta Margarito. “Porque me di cuenta que por el afán de querer sacar un disco cada año, la calidad de mis canciones están demeritando; y lo que quiero es trabajarlas, madurarlas antes de grabarlas. Estoy en un momento artístico de ruptura con lo que he sido… siento que una cosa es mi participación social y política, y otra mi labor como creador… los segundo ya no se debe dar en función de lo primero, sino abrirse paso por si sola y aportar mejores productos a la posteridad, que a la fecha es a lo único que puedo aspirar”. Margarito no dice palabra alguna ante mis dilucidaciones, en cambio Amelia me da la razón. Les expreso que mucho de lo que se está presentando en durante los mítines más importantes se me hace de poca calidad, y que eso me asusta pues yo podría estarlo imitando; “por eso quiero trabajar más mi canciones, tanto literaria como interpretativa”.
            La conversación se detiene un rato, pues al “general de la revuelta”, se le ocurre disparar sus cañoncitos: cuatro detonaciones que retumban la plaza y hace que Flor se retire lo más lejos posible, tratando de aminorar en sus oídos el estruendo. Cuatro detonaciones que recuerdan los sucesos del 3 y 4 de mayo de 2006, cuando los granaderos asaltaron dicha plaza, y de igual forma que ahora, los cañoncitos dispararon su defensa.




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