sábado, 5 de mayo de 2012


EN MEMORIA DE LA COMUNISTA BENITA GALEANA:
A 17 AÑOS DE SU PARTIDA AL MICTLAN


La vecina de Benita Galeana, en la calle de Zutano, me llamó por teléfono para informarme que ésta se negaba a comer. La comunista guerrerense ya tenía varios días enferma, y la preocupación de todos los que la queríamos era grande. ¡Llego en un rato! Le dije. Dejé lo que estaba haciendo y me apresuré a salir de casa. En el trayecto, recordé la marcha multitudinaria de febrero, con la que se paró la guerra de Ernesto Zedillo, en contra del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). La columna se extendía del Ángel de la Independencia al Zócalo: ¡Éramos miles los que clamábamos la salida del Ejército de Chiapas y por la paz!
            A la altura de Bucareli, vi a Benita Galeana avanzando en su silla de ruedas, que Salvador Zurita empujaba. Me acerqué y la saludé afablemente. Zurita, aprovechando la oportunidad, me dejó el mando de la silla y se retiró apresurado con su cámara fotográfica entre las manos. Quienes reconocían a Benita la saludaban o se tomaban fotos con ella. La marcha avanzaba lenta, pesada, bajo una lumbrera de calor que atolondraba. Benita preguntó por Zurita. Se fue hacer su trabajo. Le contesté. A la altura del Hemiciclo a Juárez, un corro de seguidoras de Benita, la aclamaron: ¡Benita vive, la lucha sigue! La guerrerense levantó su mano saludando su algarabía.
            Llegamos a Bellas Artes. Alguien comentó que el Zócalo ya estaba a reventar. Entonces pensé lo difícil que sería llegar a la plancha. Me inquieté por Benita, sobre todo el que la canícula agravara su estado de salud. ¿Te sientes bien, Benita? ¡Bien!, respondió. Tenía meses que iba y venía del hospital, pero su compromiso con la lucha de su pueblo, le daban fortaleza para no caer, más en esos momentos en los que peligraba el país, si se le sumía en una guerra estúpida, como la que quería iniciar Zedillo, quien desconociendo todos los acuerdos concertados públicamente con el EZLN, quería enrojecer Chiapas de sangre, aniquilar a los zapatistas, primordialmente a su líder el subcomandante Marcos.
            Al atravesar Lázaro Cárdenas, un enjambre de flashazos se cernió sobre nosotros, al grito de ¡Ay viene Benita, ay viene Benita! Un clip tras otro… los cuales no cesaron hasta que tomamos Madero, para confundirnos los manifestantes que se apretujaban con rumbo a 20 de Noviembre. Hasta ese instante me percaté de la importancia histórica en la que participaba, y me sentí honrado por empujar la silla de ruedas que transportaba a una de las mujeres mexicanas más importantes del siglo XX: Benita Galeana Lacunza, “la de las trenzas”.
            Cuando alcanzamos la Plaza de la Constitución, los hombres y mujeres que aplaudían la entrada de los contingentes, al ver a Benita Galeana, exclamaron nuevamente: ¡Benita vive, la lucha sigue! Pasaban de las 19 horas, y el Zócalo se hallaba medio vacío o medio lleno, da igual. Llevé a Benita hasta el templete, donde el último orador termina su discurso. Esta se miraba inquieta, y preguntó por Salvador Zurita. Le contesté que no sabía en dónde estaba. Benita me confesó que deseaba regresar a su casa, pues se sentía demasiado cansada. Esperamos un rato y Zurita apareció con su cámara fotográfica colgando en su pecho. ¡Vámonos! Dijo a Benita. Esta se despidió de mí y el periodista sujetando los manubrios de la silla se la llevó rumbo a la antigua casa del ayuntamiento. La marcha había detenido la guerra, no así el ímpetu de Benita para continuar luchando por su pueblo.

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