sábado, 12 de mayo de 2012
La hora de los jóvenes
EN LA IBERO, SE VIO EL VERDADERO ROSTRO DE ENRIQUE PEÑA NIETO
Raymundo Colín Axolotl
Durante su visita a la Universidad Iberoamérica, ante el recuerdo que
estudiantes de esa institución le hiciero sobre la brutal y asesina represión,
en mayo de 2006, contra el pueblo de Atenco, el candidato del PRI a la
presidencia de México, Enrique Peña Nieto -emulando a su ex compañero de
partido, directo responsable de la matanza estudiantil de Tlatelolco en 1968,
Gustavo Díaz Ordaz-, en su réplica a
estos, dijo, aduciendo -como Porfirio Díaz- cuestiones de “restablecimiento del
orden y la paz”, que él personalmente determinó dicha acción policiaca que
costó la vida de dos jovenes -Alexis Benumea y Javier Cortés Santiago-, la
violación y ultraje de mujeres -entre ellas la chilena Valentina Palma-; la
golpiza a niños, mujeres y ancianos, y el apresamiento de líderes -entre ellos
Ignacio del Valle, Felipe Álvarez y Héctor Galindo-, los cuales fueron
condenado hasta por más de 200 años de prisión, por el simple hecho de impedir
que se construyera un aeropuerto en sus tierras.
A Péña Nieto se le
salió su verdadero “yo”, ante los jóvenes de la Ibero, no como una forma de
exculpa, sino de ponderar su autoritarismo, que luego fue ratificado por su
coordinador de campaña Pedro Joaquín Coldwell, como en los viejos tiempos
priistas descalificando la crítica de los universitarios y llamándolos
intolerantes (sólo le faltó calificarlos como emisarios del comunismo que
buscan desestabilizar a la patria).
Pero ¿qué culpa tienen
los jóvenes de expresar lo que están padeciendo, y es el resultado de tantas
décadas de políticos corruptos, cínicos, autoritarios y represores? ¿Qué culpa
tienen de tenerlos enfrente y no quedarse con las ganas de restregárselo en la
cara? Qué bueno que los jóvenes se atreven a hacerlo, a desacralizarlos, a
dejar de pensar que son monarcas o dioses a los cuales no se les puede tocar ni
con el pétalo de una rosa. Hacen bien en recordarles que tienen una historia, y
que nada de lo que hagan va a quedar impune ni ha perderse en las tinieblas del
pasado, que tarde o temprano serán cuestionados o demandados por la justicia de
los pueblos.
Los gritos de reclamo
a Peña Nieto por parte de los jóvenes de la Ibero, son agua fresca y un ejemplo
para todos los jóvenes de nuestro país, en quienes recae la esperanza y el
compromiso de seguir en la dura realidad que nos asola o transformarla. Es la
hora de los jóvenes, tantos años relegados, pisoteados, asesinados, ultrajados,
excluidos... de que digan lo que quieren decir... de que hagan cimbrar, en esta
coyuntura electoral, con su presencia y su conciencia, de manera pacífica y con
su voto, las estructuras de nuestra nación. Es la hora de que las nuevas
generaciones tomen en sus manos la estafeta del cambio verdadero.
domingo, 6 de mayo de 2012
sábado, 5 de mayo de 2012
EN MEMORIA DE LA COMUNISTA BENITA
GALEANA:
A 17 AÑOS DE SU PARTIDA AL MICTLAN
La vecina de
Benita Galeana, en la calle de Zutano, me llamó por teléfono para informarme
que ésta se negaba a comer. La comunista guerrerense ya tenía varios días
enferma, y la preocupación de todos los que la queríamos era grande. ¡Llego en
un rato! Le dije. Dejé lo que estaba haciendo y me apresuré a salir de casa. En
el trayecto, recordé la marcha multitudinaria de febrero, con la que se paró la
guerra de Ernesto Zedillo, en contra del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional (EZLN). La columna se extendía del Ángel de la Independencia al
Zócalo: ¡Éramos miles los que clamábamos la salida del Ejército de Chiapas y
por la paz!
A la altura de Bucareli, vi a Benita
Galeana avanzando en su silla de ruedas, que Salvador Zurita empujaba. Me
acerqué y la saludé afablemente. Zurita, aprovechando la oportunidad, me dejó
el mando de la silla y se retiró apresurado con su cámara fotográfica entre las
manos. Quienes reconocían a Benita la saludaban o se tomaban fotos con ella. La
marcha avanzaba lenta, pesada, bajo una lumbrera de calor que atolondraba.
Benita preguntó por Zurita. Se fue hacer su trabajo. Le contesté. A la altura
del Hemiciclo a Juárez, un corro de seguidoras de Benita, la aclamaron: ¡Benita
vive, la lucha sigue! La guerrerense levantó su mano saludando su algarabía.
Llegamos a Bellas Artes. Alguien
comentó que el Zócalo ya estaba a reventar. Entonces pensé lo difícil que sería
llegar a la plancha. Me inquieté por Benita, sobre todo el que la canícula
agravara su estado de salud. ¿Te sientes bien, Benita? ¡Bien!, respondió. Tenía
meses que iba y venía del hospital, pero su compromiso con la lucha de su
pueblo, le daban fortaleza para no caer, más en esos momentos en los que
peligraba el país, si se le sumía en una guerra estúpida, como la que quería
iniciar Zedillo, quien desconociendo todos los acuerdos concertados
públicamente con el EZLN, quería enrojecer Chiapas de sangre, aniquilar a los
zapatistas, primordialmente a su líder el subcomandante Marcos.
Al atravesar Lázaro Cárdenas, un
enjambre de flashazos se cernió sobre nosotros, al grito de ¡Ay viene Benita,
ay viene Benita! Un clip tras otro… los cuales no cesaron hasta que tomamos
Madero, para confundirnos los manifestantes que se apretujaban con rumbo a 20
de Noviembre. Hasta ese instante me percaté de la importancia histórica en la
que participaba, y me sentí honrado por empujar la silla de ruedas que
transportaba a una de las mujeres mexicanas más importantes del siglo XX:
Benita Galeana Lacunza, “la de las trenzas”.
Cuando alcanzamos la Plaza de la
Constitución, los hombres y mujeres que aplaudían la entrada de los
contingentes, al ver a Benita Galeana, exclamaron nuevamente: ¡Benita vive, la
lucha sigue! Pasaban de las 19 horas, y el Zócalo se hallaba medio vacío o
medio lleno, da igual. Llevé a Benita hasta el templete, donde el último orador
termina su discurso. Esta se miraba inquieta, y preguntó por Salvador Zurita.
Le contesté que no sabía en dónde estaba. Benita me confesó que deseaba
regresar a su casa, pues se sentía demasiado cansada. Esperamos un rato y
Zurita apareció con su cámara fotográfica colgando en su pecho. ¡Vámonos! Dijo
a Benita. Esta se despidió de mí y el periodista sujetando los manubrios de la
silla se la llevó rumbo a la antigua casa del ayuntamiento. La marcha había
detenido la guerra, no así el ímpetu de Benita para continuar luchando por su
pueblo.
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